OMAR G. VILLEGAS

Ciudad de México, 1979. Periodista con más de 23 años de andares. Escribe para “Ventaneando” y otros programas del Estudio de Espectáculos de Tv Azteca. Ha publicado en periódicos y revistas como Reforma, El Universal, El Día, ¡Quién!, The Huffington Post. Fue profe de Periodismo en la Ibero. Autor de «El jardín de los delirios» (Textofilia, 2012). Estudió Periodismo en la UNAM, la maestría en Estudios Latinoamericanos en la USAL con beca de la Fundación Carolina y la maestría en Historia del Arte en la UNAM. Cocina. Lee poesía, fantasía y ensayo. Practica funcional, yoga, pilates y lo que se sume. Evita comer carne. Ama la piña. Se engenta fácil. Ve cine animado y de ciencia ficción. Su tema favorito: el fin del mundo. Con disautonomía y Síndrome del Intestino Irritable

Chico de área metropolitana / III

El Área Metropolitana de la Ciudad de México, también conocida como la Zona Conurbada, abarca un cinturón de colonias, pueblos y ciudades más pequeñas que rodean a la Capital. Integra barrios desiguales hasta la obscenidad, como ocurre en todo México. Desde los más acaudalados hasta los más paupérrimos, que son la mayoría. A veces estos mundos chocan, como en la artificiosa zona de Santa Fe, “Santa Fake”, “Satán Fe”, donde el contraste asombra tanto como insulta y se ha convertido en una imagen recurrente de la inequidad latinoamericana.

El Oriente, hacia la salida al conservador y bello estado de Puebla, es una sucesión de pobreza que abarca la gigantesca área que conforman los municipios de “Neza”, Chimalhuacán, Chalco, Valle de Chalco, Ixtapaluca y Los Reyes, los destartalados municipios del Estado de México que colindan con esa zona de la Ciudad, en particular la hoy alcaldía de Iztapalapa, “Iztapalacra”, “Iztapamatan”, “Iztaparata”, “Iztapaláfrica”.

El inicio del proceso de metropolización en la Ciudad de México se establece en los 40 con el advenimiento de Ciudad Satélite, “Satelbronx”, y la colisión de la entonces Delegación Miguel Hidalgo con el Municipio de Naucalpan, en el Estado de México.

Me tocó ser un testigo del desbordamiento (me pregunto si alguna vez tuvo orden) de ese proceso en el Oriente de los 80 y 90. De cómo la mancha suburbial de la Capital mexicana se fue transformando de verdes áreas de sembradíos (al menos hacia Chalco) a bastiones de miseria, violencia, desastre urbano, tránsito inhumano, autopistas llenas de basura y perros atropellados e hinchados (aunque ya pusieron vallas para que no pasen a las vías de alta velocidad), excesiva contaminación visual y auditiva con altavoces a todo volumen por doquier, anuncios espectaculares hiper kitsch, pintas callejeras, un mar de comercio informal y calles polvorientas o mal pavimentadas que sustituyeron a senderos de pasto, charcos de agua de lluvia y campos donde pastaban vacas, burros, borregos y caballos, donde habitaban animales terrestres como las tuzas, donde florecían plantas locales (recuerdo unas espinudas con florecitas blancas muy aromáticas, quelites, pastos fuertes que era muy difícil arrancar, rosas) y donde vivían lagartijas e innumerables insectos y anfibios hoy desaparecidos, como los “cara de niño”, arañotas panzonas de franjas blancas, sapos, jicotillos, mariposotas panteoneras, polillas.

La falta de planeación y regulación urbanas, la voracidad del sector inmobiliario, la corrupción y el desastre en el campo potenciaron el crecimiento desparramado y caótico del Área Metropolitana, que se fue atiborrando, veloz y sin tregua, de trabajadores que aprovecharon baratas de terrenos y créditos “fáciles” para mudarse a terrenos o macroproyectos habitacionales que invadieron sin parar los alrededores de la Ciudad de México y metrópolis cercanas.

Aquella desbandada, sin embargo, no estuvo acompañada de ordenamiento territorial e integración, servicios de transporte, conectividad, empleo, servicios, infraestructura, previsión de desastres… Cerros, cañadas, riberas, orillas de canales de aguas negras, tiraderos, pastizales, bosques, enormes áreas salitrosas… Todo espacio aprovechable se tapizó, sobre todo en el Oriente, de calles azarosas y casas improvisadas o de materiales baratos, tabique gris por doquier, quizá por ello para mí la Ciudad de México siempre ha sido un monstruo plomizo. El siguiente dato resume la tragedia: “el Poniente de la ciudad tiene once metros cuadrados de área verde por habitante; el Oriente tiene menos de un metro cuadrado por habitante”.

Más allá de las inequidades y de las percepciones (he escuchado a quienes creen que la Ciudad de México tiene muchos parques pues su referencia es la Roma), ni las “colonias populares” ni los barrios lujosísimos, aun cuando tratan de “aislarse”, se han salvado de ese desastre urbano en el que se convirtió la Ciudad de México y el Área Conurbada que hoy en día alberga a más, muchas más de 20 millones de personas.